Veinte chicos

La historia de unos jóvenes de Pachacútec

Quiero aprovechar esta columna que hace el número cien desde que Eduardo Lavado me cedió la página, para escribirles de mis chicos. Son, muchos lo saben, los alumnos de la Escuela de Mozos de Pachacútec; un proyecto alumbrado hace tres años que ha necesitado bien poco para convertirse en una realidad radiante. Hoy les quiero contar de Luis, Roxana, María José, Eduardo, Gilber, Patricia, Charly, Estephany, Paul, Leydi… y así hasta los veinte graduados el miércoles, en la ceremonia que cerró la promoción del 2014. Son jóvenes normales. Con los mismos sueños que cualquier otro y algún vacío más que los acostumbrados. La mayoría llegó a la Escuela desde los arenales de Pachacútec y Puente Piedra, con todo lo que ello conlleva. El primer día de marzo, el aula de la Escuela –cuatro muros y 45 metros cuadrados son suficientes- se llenó de caras que reflejaban temores, esperanzas, carencias, determinación y dudas… Había chicos decididos a trabajar en la sala de un restaurante junto a otros que solo buscaban algo en lo que creer. El primer día siempre es bonito y complicado. Los alumnos se muestran frase a frase, revelan temores y anuncian las ilusiones que les empujan. También dejan entrever historias que nunca debieron suceder, pero están ahí, cerrando puertas a sus vidas.

Llegaron 32 y, nueve meses después, acabaron 20. Brenda nos dejó a mitad de curso para ser madre y, por encima de todo, sufrimos la ausencia de Nataly (sea cual sea el nuevo castigo que te haya impuesto la vida, sabes que te queremos y esperamos tu vuelta ¿qu esta columna,rantes del mtaurantes del mmundoido uno de los estinante. Tal vez el suyo haya sido el estento neces. é tal el próximo curso?).

Han tenido la suerte de cruzarse por el camino con algunos los mejores profesionales del Perú. Empezando por la directora de sala Ruth Martínez, Miss Ruth, su principal maestra y también su cómplice, y Karina Montes, su coordinadora. Junto a ellas, el poeta Jerónimo Pimentel se ocupó del taller de lectura y escritura, mientras un actor y dos actrices–Omar García, Lucia Meléndez y Paloma Yerovi- trabajaron el movimiento en sala, la coordinación gestual y la mejora en su capacidad de comunicación. Aprendieron a conocer el pisco con Pepe Moquillaza, se acercaron al aceite con Gianfranco Vargas y se enamoraron del café con David Torres (Bisetti). Descubrieron el inglés con Akron, se iniciaron en el vino con Flor Rey, la actual sumiller de Maido, y combinaron licores siguiendo la mano de Luis Flores, el bartender de Amaz. Todos trabajaron de forma voluntaria, sin condiciones.

La mayoría ya tiene trabajo. Paola y Wesly se quedaron en La Mar después de sus últimas prácticas, lo mismo que Víctor en Fiesta y Eduardo y Roxana en La Picantería. Leydi volvió a El Tarwi, en un tránsito rápido hacia Central, donde quedará hasta su marcha a España para disfrutar una beca de nueve meses. La Escuela de Mozos de Pachacútec vive gracias al apoyo económico de Telefónica y Backus. Su aportación ha permitido entregar, además, cuatro becas, de manera que Leydi partirá en marzo para acabar de formarse en Mugaritz (San Sebastián), César se incorporará al restaurante Noor, en Córdoba, y Carlos tomará un vuelo hacia Gustu (La Paz). Peter soñaba con ese viaje, pero se lo cambiamos por nueve meses en Azurmendi, un tres estrellas Michelín cerca de Bilbao. El BBVAC nos regaló otra beca, esta vez para el Celler de Can Roca, en Girona. Irá Jimi. Todos darán un salto que tal vez no habían imaginado nunca, pero que han ganado con mucho esfuerzo: del arenal de Pachacútec a algunos de los mejores restaurantes del mundo. Tendrán un largo aprendizaje lejos de casa. A su vuelta, ayudarán a construir la gastronomía peruana del futuro.

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