Dice el doctor que debo cuidarme, que lo de ayer no debe repetirse. No sé por qué lo dice; ayer fue un día normal. Como otro cualquiera. Por lo que recuerdo seguí la misma rutina de siempre: Me levanté temprano, con la primera luz de las cinco y media, hice unas flexiones, pasé por la ducha y me senté ala mesa del desayuno. Mi familia viene de la parte de Ayacucho y procuramos mantener la tradición de nuestros antepasados, aunque sólo sea en días muy especiales: pan de chapla (aquí en Lima no lo tenemos, pero cuando viene algún conocido le hacemos traer y congelamos), caldo de cabeza y, si todavía hay sitio, un poquito de jalea de níspero. Ayer era uno de esos días y me empujé la sopa con ganas hasta no dejar sitio ni para el jugo –creo que me excedí con las papas amarillas del caldo, pero es que estaban tan sabrosas… y además el ají mirasol y la hierbabuena conjuntaban a las mil maravillas- pero al final probé la jalea; solo una esquinita… o tres. Siempre he sido un goloso irremediable.
Otros días me voy por el chicharrón con su sarza criolla, un poquito de crema de rocoto y medio camote sancochado. Pero ayer era un día especial, de esos que conviene festejar recordando las tradiciones. Mi abuelo tomaba muchas mañanas el caldo de cabeza –él le decía uman caldo- en el mercado de Ayacucho, ahí en 28 de julio, nada más pasar el Arco del Triunfo. También lo he tomado en Puno, aunque allí es algo distinto, porque le ponen chuño, arroz y orégano y le quitan el ají y la hierbabuena.
Bueno, que me complico con cualquier cosa. El caso es que de ahí me fui al trabajo, como cualquier día. Salí de casa en el auto, bajé en el óvalo a comprar el diario y manejé hasta la oficina. Una mañana normal: reuniones, mucho teléfono y un par de horas revisando informes en la computadora. Llegó la hora del almuerzo y me encontró en plena forma. Ese sol que asomaba entre las calles de Miraflores me empujó hacia un cebichito de lenguado, con su camote y su buena porción de choclo. Lo cierto es que el lenguado quedaba un poco escondido debajo del camote, la cebolla y el choclo, pero me desquité con un sudado de cabrilla, con sus buenas yucas fritas…. Ahí sí que me quedé a gusto. Bueno el caldo, sabroso el pescado y luego las yucas mojaditas en el jugo del plato… Para soñar. Cierto que me dio un poco de sueño, pero no creo que tuviera relación con la comida, que fue como siempre. ¿Qué daño pueden hacer unos trozos de yuca, un poco de camote y un choclo? Tal vez no debí tomar tanto pescado. Tendré que pensar con eso. Si me animo luego llamo al doctor y le pregunto.
No he tenido tiempo. Una tarde complicada. Reuniones, apagar un par de fuegos y un paso rápido por casa antes de ir a comer con un cliente. Teníamos cita en el Country Club y para allá marché después de un buen baño. No me encontraba con demasiado apetito –seguro que me excedí con el pescado del almuerzo-, de manera que sólo pedí un plato de fondo, sin piqueos ni entradas: un buen seco de cordero. En el Country lo sirven con su buena porción de arroz, yuca y frijoles. Más que un plato era una buena fuente, pero el arroz, la yuca, la papa, los frijoles, o el choclo ocupan lugar, pero no cuentan. Tal vez fuera el suspiro de limeña con chirimoya, el caso es que llegué a casa algo pesado y esta mañana no andaba demasiado bien. Casi ni he podido desayunar, apenas una butifarra, y eso me ha preocupado (mi abuela decía que no es bueno perder el apetito). Llamé al doctor por teléfono y me levantó la voz: que si como demasiado, que si necesito una dieta más equilibrada, que si lo de ayer no se podía repetir… Hemos discutido mucho pero todavía no puedo comprenderlo. Tal vez sea hora de cambiar de doctor, porque el de ayer fue un día normal. Por lo pronto pediré una segunda opinión.
Artículo publicado en la revista El Bulevar