Dicen las buenas lenguas que el alcohol no corrió el fin de semana por las calles del Perú. Permítanme que lo dude; pasé en Lima las últimas votaciones municipales y regionales y los profesionales de la noche se asomaban a la mañana electoral en el mismo estado de cualquier otro domingo del año, arrastrando la resaca entre caldos de gallina y vasos de leche de tigre. No hay ley seca capaz de parar el río de alcohol que recorre la Lima metropolitana en la noche del sábado.
Me cuentan desde Lima –esta ha sido noche de insomnio para todos- que Los comedores de El Buen Sabor sirvieron esta madrugada más caldo de gallina que en una semana (pasé un día por el de la Avenida Benavides de Surco y cumplí como el que más; a esas horas y en el estado que muestran la mayoría de los presentes hay más urgencias que exigencias). Un magnífico baremo de lo que fue, pudo ser o no llegó a suceder. Vistos los resultados de la capital, hubo dos formas diferentes de afrontar la noche electoral, pero las secuelas fueron idénticas: resaca para todos.
Cada uno a su manera, casi todos se preocuparon de guardar las formas. En casa de los Miró Alvarez-Aliaga, sin ir más lejos, guardaron el champagne en el sótano, a la espera de tiempos más propicios antes de mandar el chofer a recorrer Lima y Santa Catalina en busca de los primeros diarios del día. Mientras tanto agotaron las dos últimas cosechas de ansiolíticos: tragar para olvidar… o para dormir.
En un repentino momento de inspiración y, todo hay que decirlo, obligados a ser prácticos casi por primera vez en sus vidas, los Quesada-Olaechea desconectaron los caños del champagne –elemento fijo en sus instalaciones sanitarias, justo a la derecha del caño del agua fría- para engancharlos a un depósito de tisanas.
Los Calderón-Romero-Prado ordenaron a la empleada quemar toda la ropa de color naranja y sacar al jardín lo más peruano que hubiera en casa: dos botellas de Inka Kola, un chullo que sobrevivió a una función escolar y una bolsa llena de hayruros. Sentaron a la familia en animada conversación mientras buscaban de reojo testigos de su normalidad democrática. Nunca se sabe.
Noche de tisanas en casa –las encuestas a pie de cocina auguran el triunfo de la valeriana sobre la manzanilla por 3,87 puntos de diferencia-, tazas de café -Tunky Etiqueta Roja, Negra, Verde o Azul, claro- y todo lo que cayera a mano en los locales públicos con más posibilidades. Otros, siguieron como siempre el mandato que define la suerte del pobre: chicha morada y sopa de sobre. Las encuestadoras echan humo mientras lo chequean todo. Ipsos calcula que la euforia tiene su origen en un 36,12 % de alcohol duro, un 28,3 % de alcoholes de baja graduación, un 16,72 % de aspirables -en frío o en caliente, la encuesta no hizo distingos-, un 9,6 % de ingeribles y casi un 9 % de no sabe no contesta de diferentes colores. Datum estima que el 46 % de los presentes fue por voluntad propia, un 26,5 % llegó autosecuestrado, un 12 % pasaba por casualidad, mientras el resto estaba pero no quería.
Todo deja huella en el cuerpo. Haya o no alcohol en la calle o en la casa –todos hacen acopio una semana antes y a nadie le alcanza hasta la noche de elecciones; méritos de una ley seca que multiplica el consumo a escondidas- este ha sido lunes de resacas emocionales Al día siguiente, quiera o no quieran, la comida iguala a todos. Leche de tigre y caldo de gallina bien de mañana y un buen puchero a la hora del almuerzo: de vuelta a la olla común.
Los lunes son días de puchero en muchas cocinas peruanas. Una mañana para recomponer la casa y abandonar la cocina. Solución: un buen puchero, menestras, algo de cerdo, alguna verdura.. y asunto resuelto.
Llegado el mediodía de cada lunes del año, el shambar asoma a todas –o casi todas, que en esto siempre hay disidentes- las mesas trujillanas: trigo, arvejas secas, menestras, piel de tocino, hierbabuena picada y el adorno de unos trocitos de chicharrón y un poco de canchita. Una limeña me cuenta que lo toma algún lunes en un comedor frente al hospital de Angamos, en Miraflores. En su lugar, la cocina de Ayacucho levanta la bandera del patachi –trigo, menestras, tocino y carne, si hay presupuesto-, y si tiramos por la sierra daremos en Ancash con una opción intermedia, la llunca –caldo de gallina con trigo- o el locro de gallina de Huánuco –caldo de gallina con papas, cebolla, ají mirasol y perejil. Tengo que preguntar a Doris León si los tiene en la carta de El Tarwi. Mejor no lo hago que andará durmiendo; vayan directamente a la avenida Canadá a partir de las 11 de la mañana y si no los tienen echen al cuerpo un buen tazón de shakui (caldo, harina de arvejas y huevo batido). Otro guiso que arrastra las penas, frena la euforia, asienta el estómago, afloja las piernas y nos lleva a todos camino de la siesta.