Los camiones de comida llegan a la calle

Me gustan los camiones de comida. Casi más por lo que significan que por lo que suelen ofrecer. Me acerco a ellos con ilusión y algunas dosis de incertidumbre, como cuando abres un regalo inesperado. Un camión de comidas es como una caja de sorpresas armada a golpe de sabores. Esperas una aventura excitante pero nunca sabes qué acabarás encontrando. Se me antoja como el eslabón perdido entre la salchipapa y la cocina de nuestros días; la cocina más actual servida con buzo de trabajo.

Son camiones de comida, aunque quienes definen la eterna buena onda de la peruanidad gastronómica les dicen food truck, una etiqueta llamada a prosperar en una ciudad en la que las cosas dichas en otro idioma tienen mejor sabor. Como si cada renuncia al castellano añadiera sofisticación a nuestras vidas.

De vuelta a los camiones, que es donde me gustaría estar cundo busco un bocado diferente. Hay tan pocas oportunidades para dar con ellos que exigen cita previa, como el doctor. Alguna celebración, una fiesta campestre, una jornada dedicada a las cervezas artesanas en algún rincón de Lima… y ninguna oportunidad de encontrarlos donde debieran: en las calles de la ciudad. Ni Surco, ni La Molina, ni Barranco, ni San Borja, ni por supuesto Miraflores admiten camiones de comidas en sus calles. En las mismas estaba San Isidro hasta que el equipo de Manuel Velarde decidió comprometerse con la ciudad. El resultado es reconfortante. Si todo marcha sin obstáculos, la municipalidad distrital de San Isidro romperá el tabú y abrirá dos parques, Combate de Abtao y el cercano Parque Andrés Reyes, a esas nuevas formas de cocina ambulante que definen los sabores callejeros de nuestro tiempo e ilustran la vida de tantas ciudades del mundo.

Las primeras conversaciones abren la puerta a la instalación de tres camiones en cada una de las dos plazas, desde las 11 de la mañana a las 7 de la tarde. Un acierto de la municipalidad de San Isidro. Ya hicieron algunas pruebas en el mercado de productores, obteniendo un éxito que avala lo que está por venir. La primera consecuencia llega en forma de giro drástico en la actitud de otros distritos. Quienes hasta ahora negaban los camiones de cocina en sus calles, como Miraflores y La Molina, buscan a toda prisa la forma de seguir la estela marcada por San Isidro. Hay distritos con iniciativa y otros que se manejan a remolque, casi con pereza.

Los camiones de comida alcanzan altos niveles de sofisticación en el norte del continente, tejiendo un mapa de sabores inimaginable hace pocos años. Más de un chef de prestigio aprovechó la tendencia para trasladar a las calles la versión cotidiana de la cocina sofisticada. Por aquí todavía estamos aprendiendo a caminar. La Asociación de Food Trucks del Perú nació hace menos de un año y cuenta con trece miembros. Dos de ellos –Peruvian Brothers y El Fuego ft- pasean sus cocinas por las calles de Washington, otro se muestra en Arequipa y uno más por Huancayo.

A la vista de las campanas tocadas a rebato por los grandes propagandistas de la cocina peruana, los camiones de comida serán objeto de un culto parecido al que viven las cervezas artesanas. El concepto parece garantizar la bondad absoluta. Da igual lo que haya dentro del camión… o la botella. Por lo probado hasta ahora, me quedo con la hamburguesa cajacha de Lima Sabrosa y la feliz idea del adobo arequipeño de Atrakon, con su pan redondo sirviendo de olla para el guiso. El resto tiene un largo camino por recorrer. Para poder seguirlo necesitan un lugar en la calle.

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