Hay quien desayuna como recién salido de una larga hibernación
Dicen que el desayuno es la comida más importante del día. Las ideas se amontonan en este asunto y son muy diferentes. Desde el que toma un café bebido en dos sorbos hasta quien come con desesperación, como si estuviera recién salido de una larga hibernación, pero estoy de acuerdo con la máxima: es una comida primordial. No solo es la primera del día; también llega cuando el cuerpo lleva más horas sin comer. Entre la cena y el desayuno media un una especie de agujero negro que convierte el desenlace en una experiencia gozosa. También en la comida que mejor sintoniza con las emociones más personales. Lo hagas donde lo hagas, el desayuno siempre rezuma intimidad, cercanía y un peculiar aire familiar. No importa tanto lo que comes, sino el ánimo con que lo comes.
Los desayunos llegan a ser una ceremonia tremenda en esta Lima que navega entre el refinamiento de la gran ciudad y la contundencia de la dieta rural; una especie de paraíso en tierra, en el que hay de todo y para todos. Entre la sofisticación de los huevos benedictine, las tostadas francesas y la bollería de La Bombonniere de Marisa Guiulfo, en San Isidro (Burgos 415), y el caldo de gallina de El Huerto Florido (1 de mayo, 2511), en el Agustino, media un universo de motivaciones y sabores.
Me gustan los desayunos de El Pan de la Chola (La Mar 918, Miraflores). Jonathan Day hace los mejores panes de la ciudad y su pan con palta es una joya de andar por casa, pero cada día los frecuento menos. La ampliación del local trajo un ambiente ensordecedor y unas esperas interminables, y mi idea del desayuno cuadra con la calidad, pero también con la comodidad.
Para el bullicio quedan La Lucha del Parque Kennedy, en Miraflores (Óscar R, Benavides 308) y El Chinito en el cercado de Lima (Jirón Chancay 894): un sanguche de asado en el primero o uno de chicharrón en el segundo y a seguir faena. En Miraflores me quedan dos opciones más convencionales. Tanta (28 de julio 888) es un clásico. Me gustan sus jugos y la empanada de cuadril, pero sobre todo sus huevos con jugo de lomo saltado. En otra onda se maneja Homemade Café (Revett 259): desayuno ingles con huevos y tocino, unas peculiares tostadas francesas o el muffin de chía con frutos rojos.
Cada quien es prisionero de sus rutinas y mis fines de semana tienen los desayunos contados. Los sábados paseo bien temprano hasta la bioferia del Parque Reducto, compro en el puesto de El Manantial, me guardan la compra bajo el mostrador y marcho a La Preferida (Arias Aragues 698) con el diario bajo el brazo. Un sanguchito de pejerreyes fritos, otro de tortilla de langostinos y un jugo de maracuyá se bastan para dibujar una sonrisa en el cuerpo. El café queda para otro lugar. Algunos sábados cambio el ritmo y me alargo hasta la calle Capón. Me fascinan los desayunos chinos. Son una comida en sí misma; un paraíso para quienes no amanecemos pensando en dulce. Lo normal es que suba al piso alto del Salón Capón (Jirón Paruro 819) para encontrarme con el chinchonfan de langostinos, las patitas de pollo picantes y, según el día y los acompañantes, unos tallarines de arroz saltados. A veces, cambio por el Salón Felicidad, dos puertas más allá, aunque cuando quiero dim sum lo tengo muy claro: la oferta matutina del fin de semana en el nuevo Madame Tusán de Miraflores (28 de julio 1045). Para el domingo queda mi desayuno preferido, el que sale de la cocina de mi casa. Ya les cuento.