Dicen que alguien ha mandado trancar la puerta de la despensa del Palacio de Gobierno. Todo indica que no ha sido idea del jefe de cocina; quedan insumos para aguantar unas semanas más el feroz apetito del presidente saliente. Parece que ha sido orden dictada por el sastre presidencial. No hay tiempo para confeccionar nuevo vestuario para el hombre de la talla creciente: imposible procesar tanto tejido en tan poco tiempo.
Hay presidentes capaces de echarse un país a la espalda. Otros prefieren devorarlo. Alan es de los que se contentan con ingerir todo lo que corre, nada, vuela o se arrastra dentro de sus dominios. Se puede decir que la suya ha sido una colaboración desinteresada con los productores y un estímulo para la gastronomía peruana. Nunca nadie vio a un presidente pasar más tiempo masticando que firmando.
Me cuentan que Ollanta Humala no comparte las mismas pasiones, o al menos no lo hace en la misma medida. Está claro que disfruta la cocina serrana, con preferencia por Ayacucho de donde procede la familia (su desayuno electoral marca la pauta: japchi con papa cocida y cuy chaptado). Aseguran que no es muy habitual por los restaurantes, aunque de tarde en tarde se hace llevar comida serrana a casa: piqueos (jamón, charqui…), cuy y chicha de jora.
La relación de ambos presidentes (uno saliente, el otro entrante) con la cocina no abunda en elementos comunes. Uno hizo la campaña electoral a golpe de emparedados de queso y jamón. El otro se hacía llevar las butifarras de El Cordano. Adivinen quien. El entrante no frecuenta restaurantes y el saliente los cerraba para él solo.
¿Asistirá Ollanta a la inauguración del próximo Misturas? Apenas faltan tres meses para saberlo pero haría bien en anotar la cita en su agenda ¿Hablará allí de sus planes para la cocina peruana o dedicará su discurso a decirle a Gastón que no se meta en política, como hizo Alan la última vez?
Me pregunto si se hará construir un comedor privado tras el escenario de Misturas; una mesa oculta tras gigantescos telares en la que Alan García se empujó todos los platillos de la Feria a salvo de miradas indiscretas. Hay quien dice que no tuvo suficiente y marchó a Palacio al encuentro de una bandeja de sanguches de chicharrón, pero eso, seguramente, son habladurías tan malintencionadas como las que aseguran que en uno de los envites del almuerzo se le fue el diente y acabó en tres bocados con uno de los estudiantes de cocina encargados del servicio.
Historias al margen, Ollanta debe afrontar algunas decisiones de trascendencia para el país, algunas de las cuales afectan al futuro de la cocina peruana… y de una parte de los peruanos. La primera está en el campo, amenazado por los manejos de Rafael Quevedo, Ismael Benavides y el futuro ciudadano García, responsables de la apertura de fronteras a los cultivos transgénicos.
Para fortuna de casi todos, el Congreso de la República les cerró el martes la puerta; se deja notar la mano de Jaime Delgado. Todavía queda regular la información sobre los alimentos que contienen transgénicos, pero es un primer paso para convertir la biodiversidad del Perú en una fuente de riqueza: abrir el camino a la exportación de la papa, diseñar un entramado de sellos de calidad que avalen y protejan los insumos que definen las señas de identidad de la despensa peruana.