Araceli es menuda y se mueve sin parar dentro del amplio puesto que monta los domingos por la mañana, pero sin mostrar prisa. Su trabajo es incesante y más ahora, cuando todavía el sol no ha empezado a dar fuerte y hay que acabar de organizarlo todo mientras se atiende a los primeros clientes. Pone las tortillas sobre el comal, busca las últimas ollas de barro -fuentes de barro cocido, sin lustre ni brillos, bien rellenas de casi todo lo que en esta tierra puede llegar a ocupar un espacio sobre una tortilla-, las llena con los guisados, dispone las salsas y los complementos bien orden a un lado del mesón, apenas un tablero alargado, cubierto en parte con unas esteras que lo protegen del calor y las marcas de las ollas, y sirve de alacena y mostrador, atiende los primeros pedidos, cruza algunas palabras con los clientes, revisa existencias… que no falta de nada.
… La Casa del Maíz y la cultura alimentaria