Bottega Dasso. El precio de la indefinición

El éxito es una suerte de espejismo traicionero e impredecible; un misterio prácticamente inextricable. Nadie controla al cien por cien las claves que determinan la conquista de la notoriedad y el aplauso público. Desde esa perspectiva, veo la vida del restaurante como un escenario contradictorio en el que el doctor doctor Jekill y míster Hyde suelen caminar de la mano.

Llego a la Bottega Dasso empujado por el deslumbrante impacto social que vive desde su apertura. Parece un local tranquilo mientras hay luz de día, pero se transforma en un hervidero al caer la noche. La realidad trasciende a la propia fama. Encuentro un espacio difícil de clasificar: coctelería, café, bar de tapas, local de comida rápida y restaurante con pretensiones. Tótum revolútum.

La indefinición es el precio que deben pagar quienes quieren abarcarlo todo. Será por eso que Bottega Dasso es un restaurantes difícilmente catalogable. El nombre y parte de la carta te llevan a lo italiano -pastas, arroces y platos que incorporan toponímicos: a la toscana, a la Liguria…-, para luego alargarse por sopas, ensaladas, currys, tartares o hamburguesas. La manifiesta vaguedad de la propuesta se complementa con una sensación de descuido que parece dominarlo todo. Desde una carta envejecida por el tacto hasta una lectura plagada de sorpresas. Como la de saber que preparan el ‘vitello tonnato’ –ternera al atún, en italiano- y los saltimbocca -originalmente de ternera, jamón y salvia- con carne de chancho, o que les fascinan los aceites de trufa sintéticos. Mal asunto cuando un restaurante afronta la contención del gasto a partir del producto.

La misma sensación de indolencia se traslada a la comida. Queda claro desde que ves llegar los cócteles servidos con cañitas, como si estuviéramos en una fuente de soda. Todo lleva a pensar que este comedor no es un espacio propicio para las alegrías y los temores se confirman. Finalmente, lo mejor de la comida es el helado de vainilla que corona una desangelada tarta de manzana. Salva el tipo con una ensalada de langostinos que funcionaría mejor si prescindiera de los propios langostinos, secos y poco agraciados, para quedar como una correcta ensalada con un aliño divertido. También cumple el risotto de setas, aunque los anunciados funghi porcini –boletus edulis- brillen por su ausencia.

La auténtica sorpresa es que en este comedor nada es como debería. El llamado capuchino de centolla es una sopa tan salada que queda intacta después de la primera cucharada; la ensalada de lentejas con prosciutto se muestra insulsa y desangelada; la ensalada de pulpo a la siciliana resulta ser un ratauille adornado con un pulpo de textura elástica, y el lenguado a la Liguria está tan seco que se queda sobre la mesa. Las alcachofas salteadas con aceitunas, tomate confitado y alcaparras que lo acompañan en el plato compensan la experiencia. Por su parte, los spaghettini con salsa de tinta de calamares sufren las consecuencias de una sobredosis de mantequilla. Los medallones de pollo (a la toscana) son rutinarios, pero al menos no tienen defectos.


 

AL DETALLE

Puntuación: media estrella sobre 5.

Tipo de restaurante: cocina italiana.

Dirección: Miguel Dasso 155. San Isidro. Lima.

Teléfono. 222-3418.

Tarjetas: Visa, Master Card, Diners, American Express.

Valet parking: Sí.

Precio medio por persona (sin bebidas): 140 soles.

Bodega: Normal.

Observaciones: no cierra.

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