Tocata y fuga en clave de quinua

El Año Internacional de la Quinua cayó como una losa sobre la vida de los productores tradicionales, que por entonces eran los agricultores del altiplano. No por el año en sí, que no sería recordado sin mediar las vacaciones subvencionadas de Nadine Heredia, sino por la forma en que se ocuparon del asunto. Hacía tiempo que los mercados europeos y norteamericanos vivían la fiebre de la quinua y la demanda crecía al mismo ritmo que los precios, tan altos ya que los propios productores dejaban de comerlo; salía más a cuenta venderla y comprar fideos para seguir tirando. Se consolidaba el cultivo de quinua en la selva y la costa y las zonas de siembra se extendían por Oregón, Carolina del Norte, Canadá, Italia, Holanda o Suecia. Ya no era tan nuestra. Sin previo aviso, la quinua de revelaba no sólo como una planta voluble y un tanto traicionera, sino como la principal plataforma de la primera dama. No se habían cumplido seis meses del mandato presidencial y ya habían logrado que la Asamblea General de Naciones Unidas proclamara 2013 como el Año Internacional de la Quinua. Ahí llegaron Nadine, los viajes a New York y las cajas de chocolates Godiva empacados con el mismo lazo. Fue bueno para todo menos para los productores tradicionales. Nadie se preocupó de poner en valor y resaltar las diferencias de la quinua del altiplano. Sus cultivos de bajísimo rendimiento necesitaban –todavía lo necesitan- un sello de calidad para competir con las producciones de la costa y quedaron a merced de un proyecto que puso en valor todo menos lo que realmente importaba. Tal vez ni siquiera importara la quinua y asistíamos sin saberlo a las primeras puntadas de un elaborado plan de retiro. De New York a Ginebra subida en una bolsa de quinua.

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