La municipalidad decreta el cierre de un restaurante. Los inspectores han encontrado cucarachas en las paredes y heces de rata en el suelo de una de sus dependencias. Ni es el primero ni será el último. Lo de la sanción sucede con relativa frecuencia, aunque me temo que menos de lo debido, pero esta vez es diferente. El titular es embajador de la Marca Perú y miembro activo de la jet set culinaria de la capital.
Se airea en los medios pero el clan calla primero, comprende después y finalmente respalda, aunque en privado y en voz baja muchos festejan el incidente (la cocina peruana es un patio de vecinas; todo se sabe y todo se comenta). Me refiero a los miembros de ese círculo de cocineros famosos que monopoliza la imagen publica de nuestra cocina, no a la clase media o a los restaurantes populares. A ellos les escuece; también están obligados a cumplir las normativas y cuando las transgreden les crucifican en la Plaza de Armas. Nadie sale en su defensa, porque ante un hecho como este no hay defensa posible.
Dos días después levantan la orden de cierre. El afectado se apresura a llenar las redes sociales de fotos celebrando la victoria con su plantilla. Antes explicó que heces y cucarachas no estaban en el restaurante sino en una dependencia anexa que apenas utilizan, no sé bien si para la basura o para guardar materiales. Con un sólo empleado que la haya pisado antes de pasar por el comedor o la cocina bastaría, pero eso no parece preocupar al protagonista del suceso. La jet set culinaria lo celebra con él, alumbrando un espectáculo chocante, si no obsceno.
Las preguntas se amontonan.
Por ejemplo. ¿Alguno de ellos oyó hablar alguna vez de la contaminación cruzada?
Ahora una serie ¿Qué hubiera sucedido si el afectado fuera un restaurante medio o uno de esos huecos maltrechos que salpican la ciudad? ¿Respaldo unánime y sin fisuras? ¿Silencio? ¿Proclamas contra quienes empañan la imagen y la trayectoria de la cocina peruana?
Una más ¿Le mantendrá Marca Perú como embajador de nuestra cocina?
Las dos últimas ¿A alguien le preocupa el cliente? ¿Qué ocurre con el respeto y la seguridad del cliente?
La indignación inicial se va apagando con cada pregunta que me hago. Suena extraño pero acepto que no vale la pena molestarse, sólo es una más, y la rabia va dejando paso a la turbación y el sonrojo. Sólo siento vergüenza. Mucha vergüenza.