Siete recomendaciones para quedar como un rey
Hay regalos que hacen brillar el alma y otros que encienden el universo de los sentidos. Hay presentes formales y agasajos marcados por el afecto, limosnas y atenciones, simples cohechos y ofrendas apasionadas, requiebros sutiles y exhibiciones de poder. Cada regalo toma su propio camino en el trayecto hacia el obsequiado; aunque algunos preferiría no haberlos recorrido nunca. Sobre todos ellos, me gustan dos tipos de obsequios. Los que participan de una ceremonia íntima y recogida, ventilándose en las distancias cortas y los guiños compartidos, y los que hacen chispear los ojos, convertidos en el centro de un extraordinario festival mundano.
A menudo siento envidia de la gente a la que regalo. Suele pasar que compro lo que me gustaría tener para, acto seguido, verlo alejarse de mi vida. Y tampoco es asunto de ir comprando todo por duplicado (así debió empezar Diógenes un par de años antes de acabar convertido en acumulador).
El caso es que estamos en días de obsequios, dádivas y requiebros, como los que muchos querríamos recibir. El primero es un juguete que me tiene medio loco. Se llama ‘Exploraciones’, nació en el café Bisetti, y es lo que le gustaría tener a cualquier aficionado al café: una caja rectangular con tres paquetes de café, una taza y un medidor. Algo tan simple como estimulante. El mismo grano –Finca Tasta, de Llaylla, Satipo- procesado de tres maneras diferentes: natural, honey y lavado. El resultado es doble. Para empezar, una forma de entender como puede cambiar la naturaleza del café al variar el tipo de procesado. Además, la oportunidad de jugar, buscar, explorar y mezclar hasta obtener la combinación más atractiva. En Bisetti (Barranco) o Arábica (Larcomar y Recabarren, Miraflores).
Mucho más sencillo, popular y mundano: la caja de besos de moza de Melate, la chocolatería de Astrid Gutsche. Rellenos con diferentes sabores, decoraciones navideñas, una caja primorosa y un guiño dulce y sabroso para abrir puertas. En el Jockey Plaza
Donde hay chocolate merece estar un buen pisco. El mejor que conozco -para el año próximo les hablo de joyas que se nos vienen- es el de mi amigo Pepe Moquillaza. Lleva la etiqueta de ‘Inquebrantable’, el contenido es sedoso, delicado y seductor. Lo encuentran en las tiendas de Almendáriz.
Lo malo de una botella es que tarde o temprano se acaba, dejando un vació en tu vida. Un libro siempre queda. Mejor si cuenta de los piscos, como ‘La magia del pisco’ de Lucero Villagarcía (Fondo Editorial de la USMP). La obra convierte el pisco en una materia comprensible –escapa del rebuscado academicismo al uso-, racional –evita el extraño juego de banderas que envuelve el mundo de las sensaciones- y útil, respondiendo las preguntas que la mayoría se hace y muchos no se atreven a formular. Bien hecho.
Los aficionados al vino bien podrían recibir un ejemplar de ‘Dos mujeres cientos de vinos’, la guía de vinos escrita por María Claudia Eraso y Soledad Marroquín. Lo más interesante de esta obra está más allá de los vinos incluidos, en la exploración que hacen las autoras en busca de un nuevo lenguaje para acercar el vino a la realidad. En Crisol y tiendas de vinos.
El último no se lo haga ni loco a nadie que no sea usted mismo: una botella de buen champagne y una lata de caviar. Placer íntimo a paletadas para quienes no se amilanan con los precios. Búsquenlo en Premium Brands, que tiene los mejores de ambos rubros. Caviar de Aquitania (Gironde, Francia) y, ya que estamos, una botella de Krug Colection. Disfrute el momento.
¡Ah! Lo olvidaba. ¡Regalen mi libro! ‘Mamá, yo no quiero ser Gastón’. Feliz Navidad.