Rasgar o cortar. Esa es la cuestión.
Se supone que los asadores de carne son restaurantes especializados. Es presumible que atesoran un bagaje de conocimiento sobre el producto que les distingue de otros negocios. Y que además lo administran con tiento y sabiduría. Damos por supuesto que el único fin de cada gesto que se hace en estos restaurantes tiene un doble objetivo: multiplicar las prestaciones del producto y proporcionar el mayor disfrute posible al cliente. Dos en una.
Así debería ser.
Pocas veces lo es.
La paradoja la muestran los asadores de carne.
Vean estos dos cuchillos El cuchillo dentado rasga la carne en lugar de cortarla y la desangra. El de filo corta y respeta. El primero es malo. Debería desaparecer de los restaurantes. Tampoco exige un gran gasto. Basta con llamar al afilador y encargarle que rebaje el cuchillo hasta desdentarlo.
En La Cabrera lo saben, pero cuando te sientas encuentras un gigantesco cuchillo de sierra sobre la servilleta, en medio del plato. Al rato me llega el camarero con una caja de cuchillos de lujo, bien afilados. Sólo para clientes especiales. O para los que se quejan. ¿Y los otros? ¿Merecen el mismo trato?