El pabellón invisible

De Milán a la Costa Verde, hay razones para sonrojarse

Milán es la sede de la Exposición Internacional desde ayer mismo y así será hasta el 31 de octubre. Un acontecimiento mundial que por primera vez se dedica a la alimentación bajo el lema ‘Alimentar el planeta, energía para la vida’. Ahí es nada. Solo podíamos pedir una cosa más: que Perú estuviera presente. Dicen que 7 millones de visitantes recorrerán los espacios levantados por 145 países, representando al 94 % de la población mundial. Los habrá grandes y chicos. Estarán la mayoría de los vecinos -Bolivia, Colombia, Argentina, Chile…- y otros tan lejanos como Angola, Haití, Gabón, Somalia o Togo. Casi todos… menos Perú.

La historia está contada. En 2012 Cancillería presupuestó la construcción del pabellón peruano en 4 millones de dólares. Dos años después, le indicaba a Mincetur que debía renunciar por falta de recursos; calcularon que el coste rondaría los 20 millones de dólares. Mucha plata, aunque puede discutirse calibrando la rentabilidad de la inversión. Imagen internacional, captación de nuevas cuotas de mercado turístico –ingresos en divisas-, mostrar y promocionar la extraordinaria diversidad de nuestra despensa –más dólares para la caja grande-, dar visibilidad a nuestros productores y, claro, promocionar nuestra cocina. Invertir para recaudar: la agricultura y el turismo son la segunda y la tercera fuente de ingresos del país.

Cancillería pensó lo contrario, o tal vez no pensó. También cabe la posibilidad que equivocara el pensamiento. Tal vez quisieron sorprender al mundo con lo nunca visto: el pabellón invisible. El que ni se ve ni se toca, como el traje del famoso rey del cuento. Me lo sugiere el publicista Gonzalo Figari y me lleva a pensar que la invisibilidad es un arma de dos filos que acaba empujando al olvido. Ignoro si es lo que buscan en Cancillería. ¿Quién sabe? Los designios de la clase política peruana son inescrutables. Quizás piensan que la gastronomía no forma parte de la ecuación que define el desarrollo del país.

El hecho es que Perú no tiene presencia en esta Expo recién estrenada. Tampoco es que Mincetur haya estado muy despierto. Hasta dos semanas antes de la inauguración no consiguió vía libre del MEF para dedicar 6 millones de soles a maquillar el resultado. Tal vez hubiera sido diferente si no hubieran esperado a que sonaran los tambores de guerra. ¿O tuvieron que sonar para que sus demandas fueran escuchadas? A saber.

La gastronomía peruana intentará hacerse notar en las calles de Milán. El presupuesto de Mincetur reforzará el plan de trabajo de la Oficina Comercial en Milán: un contrato por tres meses con el restaurante Daniel, en Brera –el centro histórico de Milán- permitirá ofrecer una carta de cocina peruana que mostrará, quincena a quincena, el trabajo de seis cocineros en representación de las cocinas del Perú. Además, un Pisco Bar con tragos y piqueos a inaugurar el 22 de mayo, la ceremonia de la cocina callejera trasladada a las calles de la ciudad, una exposición sobre la quinua, muestras de productos, algún show cooking en el recinto de la Expo… y los dedos cruzados, esperando que el 31 de octubre llegue sin que se nos caiga la cara de vergüenza por el camino.

Hablando de sonrojarse, permitan una breve nota sobre Mistura. Se equivocaba Castañeda. Más que un país, Lima es un mundo en torno al cual se puede girar hasta llegar al mismo punto. Lo han demostrado los organizadores de Mistura: de la Costa Verde, en Magdalena, al Parque de la Exposición y desde allí al Parque de la Reserva para acabar aparcando en el mismo punto de la Costa Verde. En el trayecto, Apega perdió buena parte del crédito que le quedaba.

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