Me gusta Pimentel y su nuevo paseo marítimo, aunque lo prefiero más allá del verano, cuando las sombrillas se repliegan para dejar asomar la arena y mostrar el horizonte franco y abierto. Vuelvo en medio del bullicio del domingo playero, para encontrar una enorme sorpresa: El muelle de Pimentel. De repente, un oasis en medio del tumulto: la playa sin jaladores, sillas plásticas y, sobre todo, con comida de verdad. Solo ahí, en ese preciso punto del paseo donde arranca la llamada Ribera del Mar y Alberto, el patriarca de los Solís, empezó otra aventura justo cuando decía que comenzaba a tirarle más la chacra que el comedor del Fiesta.
El espacio, tranquilo y relajado frente al jaleo dominguero, justifica la aventura: verano, playa, sol, brisa y buenas vibras. Con la comida todo queda redondo. Lo primero en llegar promete. Le dicen ‘cóctel de frutos de mar’ y es un buen cebiche mixto servido en copa de martini. Calamar, concha, pirucho y yuyos en perfecto estado de revista integran una propuesta bien expresiva. Es un buen comienzo. Las cosas mejoran con una versión de los choros a la chalaca que convierte la chalaca en lo que siempre debería ser: un condimento que acompañe los sabores del choro en lugar de ocultarlos bajo una montaña de cebolla. En este caso, añade un toque de ají licuado al limón y reduce al mínimo la presencia de la cebolla. La fórmula se muestra tan feliz para el choro como para las almejas, que comparten plato.
El cebiche de mero y calamar deja claro que estoy en los dominios del Fiesta. Pescado fresco impecable, exultante de sabor, servido crudo para recibir la presencia del limón solo cundo llega a la mesa. Es del mismo calibre que podría encontrar en los comedores del Fiesta de Chiclayo o del de Miraflores, en Lima. Es como un ‘dejà vu’, esa sensación de algo ya vivido que se acrecienta con el sudado de rinchín. Se diferencia en el punto de cocción, muy al gusto del comensal norteño, ligeramente mayor del que se busca hoy en otras cocinas. El guiso se ha preparado sobre la base de un caldo de pescado, sabroso y con enjundia, el papel del tomate y la cebolla se ajusta a lo que debe ser y el equilibrio de picor y acidez –nunca me cansaré de ese juego casi eterno entre el ají y el limón- es el preciso para animar el guiso sin ocultar el sabor franco y sincero del rinchín (pez diablo).
Hay algo que me que me descoloca: se parece demasiado a lo que puedo encontrar en el comedor del Fiesta. Puestos a comer en la playa, esperaba algo diferente. Más cocina popular, más guisos norteños, tal vez otros pescados. Vuelven a cobrar vida dos preguntas que me repito con frecuencia: ¿es que no hay caballas, jureles, sardinas o bonitos en el mar peruano? ¿cuándo me regalarán un plato de anchovetas?
La tortilla de raya me devuelve a la realidad. Es tremenda. Han desalado la raya, pero luego la han tostado para conservar la textura original. Fantástico: una tortilla nueva con ropajes viejos.
Acabo con un chupe de mero que insiste en la reflexión sobre los puntos de cocción del pescado. Algún día tendrán peguntar al cliente sobre el punto preferido, tal cual se hace con la carne. El café es francamente mejorable.
Puntuación: 13/20.
Tipo de restaurante: Cocina chiclayana.
Dirección: Ribera del Mar, cuadra 1. Pimentel. Lambayeque.
T: 74-453142.
Tarjetas: Visa, Master Card, American Express.
Valet parking: no.
Precio medio por persona (sin bebidas): 80 soles.
Bodega: suficiente.
Lo mejor: almejas a la chiclayana.
Observaciones: Solo abre para almuerzos. Cierra lunes, salvo en verano.