Del cacao al chocolate

Llegó el día. Para sorpresa general, el Congreso de la República habló de chocolate. Lástima que fuera para mentar los Godiva de la primera dama, cuando pudo haber sido para tratar del futuro de una industria imprescindible para un país que ocupa un lugar destacado entre los productores de cacao. Tampoco es para echar las campanas al vuelo –por el repentino interés del Congreso de la República, no por la producción cacaotera, asunto bien importante-, pero hablaron de chocolate. Aunque fuera por unos chocolates medianos que dejaron de ser producto de lujo, más o menos, cuando Alan García dejó al Perú alimentándose a base de pan popular.

Quedó claro que nuestros congresistas están tan poco familiarizados con el chocolate. que se les dispara las endorfinas con cualquier cosa que vaya más allá del Sublime. La realidad muestra una cara bien diferente a la que imagina el país desde que Nadine decidió jugarse la figura a golpe de chocolatín. El lugar de Godiva en el mercado del chocolate de lujo equivale al de Zara en el de la alta costura; más pensado para la exhibición de nuevos ricos, necesitados de aparentar con marcas nombradas y envoltorios dorados, que para los verdaderos aficionados al chocolate. Si es de los últimos, no tendrá más remedio que ahorrar. El chocolate de calidad -el que se hace a partir de cacaos criollos en lugar de cacaos híbridos o, lo que es peor, sucedáneos como la algarroba tostada- va camino de convertirse en un bien escaso a nivel mundial.

Si son fetichistas, están entre quienes pueden permitírselo o aspiran a estarlo, tienen algunas referencias a considerar mucho más allá de Godiva. Cuando se habla de chocolate, el lujo de verdad tiene algunos nombres a considerar. La mayoría son franceses -Patric Roger, Jean Paul Hevin, o Pierre Herme, todos en París-, aunque también hay un belga -Pierre Marcolini, en Bruselas-, un japonés –Hironobu Tsujiguchi, en Le Chocolat de H, Tokio-, un catalán –Enric Rovira, en Barcelona- y la referencia norteamericana de Jean Philippe Arias, responsable de Jean Philippe Patisserie, en Las Vegas.

El chocolate escala posiciones en el mercado del lujo. El desarrollo de los mercados del Este de Europa y, más reciente, del chino y el indio, empuja el cacao a la categoría de materia prima cada día más escasa. Se estima que en 2020, la quiebra entre la demanda del mercado del cacao y las disponibilidades reales se cifrará en torno a un millón de toneladas.

En esta ecuación no participan por el momento los mercados latinoamericanos, cuyo nivel de consumo se sitúa entre los más bajos. La Amazonía es el principal centro productor de cacao de calidad del planeta: Venezuela, Ecuador, Perú, Colombia, Bolivia y Brasil producen pero apenas consumen. Tan poco, que Perú apenas destina el 20 % de su producción al mercado nacional. El resto marcha al mercado exterior, lo que nos convierte -según cifras facilitadas por el Ministerio de Agricultura- en uno de los principales exportadores de cacao del planeta.

Los buenos chocolateros peruanos se las ven y se las desean para salir adelante. Melate cerró ya su tienda en el Jockey Plaza, Xocolatl pelea con uñas y dientes para seguir adelante, mientras Cacaosuyo sigue buscando consolidar un lugar en el mercado y nuevas propuestas, como Maraná, venden sus productos casi puerta a puerta.

Tal vez algún día, el Congreso de la República entienda que el valor estratégico del cacao no está tanto en la producción como en el valor añadido que proporciona su transformación en chocolates de calidad. Ojalá sea antes de que acaben de comerse esa gigantesca caja de bombones que es el Perú.

 

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